
Creo que los festejos del Bicentenario a los que nuestra sociedad asistió la semana pasada hicieron recluir los intentos del ego crítico que suelo percibir. Las críticas a los festejos eran pocas, banales, insulsas, por lo menos en lo que pude constatar. De esta manera los que sufrieron y sufrimos, por decirlo de una manera no literal, los embates del juzgamiento ante la mera defensa de las políticas que lleva a cabo nuestro actual gobierno pudimos, como quien diría en ciertos casos particulares, “salir del placard”. Es decir, no es que no existan quienes defiendan abiertamente el modelo iniciado en 2003, pero este envión de silencio de los moralistas de siempre, ya que carecían de fundamento para poder desmerecer tal fiesta organizada, fue un triunfo ideológico real para la parte de la sociedad que no se animaba hasta el momento a reconocer las afinidades políticas. Estamos ante una etapa en donde no existen medias tintas, aunque sostengo que si existen los grises, creo que es el momento para que la sociedad toda pueda expresarse sin pudor, impulsada por este golpe de festejo.
A lo mejor podemos poner el broche de oro a esta fiesta de todos, que es imposible aislarla de la coyuntura de poder que esta instalada ya hace algún tiempo, con la aprobación de la ley de medios por parte de la Corte Suprema de Justicia.
Una vez coronada esta etapa los argentinos vamos a poder politizar los temas pendientes de una manera menos oscura, más cristalizada y a raíz de esto poner en cuestión las cosas en el debe y en el haber tanto de este gobierno como de nuestra sociedad de cara al futuro.
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